martes, 27 de enero de 2015

"Del Asfalto", sus cuentos y conexos


Cuando uno conoce a una persona, suele forjarse cierta imagen respecto a ella. Aplìcase esta costumbre, con mayor naturalidad, a dos personas en la relación alumno-maestro, sea èsta en buenos términos o no tan gratificantes.

Mi primera reacción al empezar a leer el libro que hoy comento fue de absoluta sorpresa. Rafael Francisco Gòchez, para quien cruce por aquí y no lo sepa, fue mi profesor de Letras a lo largo de mi séptimo grado; lo considero un mentor y amigo personal a quien agradezco muchísimo su presencia. Y aunque esta aclaración no parezca guardar relación con “del asfalto”, del carácter que le he conocido en mi pequeño camino con èl es que surge mi asombro.

Cierto es que el libro fue escrito hace ya algunos años, allà por los noventas, cuando al parecer era mucho màs joven y desinhibido de lo que me hubiera imaginado. Lo que me impacta màs es la libertad, la jocosidad realista y la apertura con la que trata temas desde el sexo, las hormonas alborotadas adolescentes (y los “temas” que le pueden agarrar a uno en esa época), pasando por la sencillez y fantasìa del último cuento y la filosofía de la vida y la muerte hasta la crìtica al dolor y la violencia de la realidad nacional.

Esperaba desde pasar la primera pàgina, su caracterìstico humor sarcástico y hasta satírico en algunas ocasiones y no me decepcionò. Los subtítulos de las secciones del libro me produjeron una carcajada seguida del consiguiente meneo de cabeza: “Ah, Gòchez”. Revivì sus clases  en “Clase de literatura” y me emocionè hasta las làgimas en uno que otro trozo romántico de la obra. Recordè o imaginè películas intergalàcicas con “Involuciòn”. Y casi llego a vomitar en otras escenas. En fin,  para enfatizar y no redundar tanto:

Un verdadero collage que lo lleva a uno en un viaje entretenido, crudo, divertido, dramático, realista, sencillo y complicado, Algo asì como un experimento friamente calculado (y de hecho, no mandemos a volar el “experimento” entre sus páginas que aùn no termino de entender) Un pastel bastante exòtico con su toque salvadoreño. Un muy buen libro.


Ahora, sòlo me queda reemprender la búsqueda afanada de mi ejemplar, pues creo que èste, asustado por la voracidad de mis asedios, se ha escondido en alguna parte recóndita de la casa para escapar de una maratòn de lectura.

martes, 19 de agosto de 2014

Conciencia de un cigarro.





Resulta que sí, soy un cigarro. Al menos ese es el nombre que ustedes han elegido ponerme, aunque a mí me gustaría otro. Por lo menos uno más bonito para que ilumine mi existencia, ya que vivo eternamente en el dilema de no saber para qué sirvo.
Es que vieran, qué triste es esto. No se imaginan cómo la vida de uno está llena de contradicciones. Ustedes creen que las cosas no pensamos, que no vivimos, mucho menos que hablamos, y yo no sé por qué. Si bien es cierto que no se entienden entre ustedes mismos. Ya van a entendernos a nosotros, que despertamos al mundo para ser utilizados. En fin.

Les aseguro que yo era mucho más feliz como una plantita. Vivía pacíficamente en una parcelita de terreno allá por la montaña. Veía el sol todos los días y era amigo de las hormigas y las lombrices y los pajaritos y un montón de gente considerada por ustedes como “ser vivo”. Ahora sirvo como psicólogo o mago, no sé realmente qué profesión tengo, pero solo por un corto tiempo. Y las cosas por las que tengo que pasar. Me trituran y me llenan de polvo blanco (muchas veces reconozco a una amiga piedra que resulta ser ese polvo). Después, me empaquetan en una caja asfixiante junto con otras plantas amigas que han sufrido el mismo proceso. O sea, con la compañía a lo malo no es tan malo… eso dicen.

Pero qué cosas más raras las que se oyen. Según tengo entendido, nos pegan a nuestra nueva casa una etiqueta que reza que hacemos daño. Imagínense. Resulta que me vuelvo una especie de enemigo público. Y aún así ustedes pagan por uno. Yo, una planta, me lamento por perder mi vida inocente en el campo y ustedes me buscan para que después resulte que les hago daño. Vean ustedes qué raro.

Después de que nos sacan, nos acercan una cosa que quema. Fuego, para ser exactos.  De hecho, nos convierten en humo. Uno pierde la conciencia, ¿se imaginan lo feo que es ser quemado lentamente? A algunos de ustedes les ha pasado, ya me han contado los gritos terribles que dan. Y encima, aparte de quemarlo, lo chupan a uno. Se siente medio feyo, les voy a contar, no sé cómo describírselos. Pero bueno.

Ahi es donde les digo que uno ya no sabe que profesión tiene. Porque como humo, entra a su cerebro. Y platica con él. Y aprovecha de hacer un turisteo por los pulmones. Es bien chistoso platicar con el cerebro, porque se vuelve medio tonto. Todo baboso se vuelve. Pero también se relaja. Y le agradece a uno porque detenga el tráfico en sus calles. Vieran qué trabazones más enredadas se pueden ver en un cerebro. Pobrecitos. Mucho se complican la vida. Para simplificarse podrían no necesitar de uno. Nada cuesta.  A mí no me molesta ayudar, pero tampoco me gusta molestar al vecino…
Y cuando digo vecino me refiero a los pulmones. Es que uno no puede evitar hacer una visita a su casa cada vez que visita a Don Cerebro. Pero visitarlos a cada rato ya es abuso; al principio te saludan bien alegres: buenas, paisano, qué rico olés, pasá, sentante, acomódate, quédate con nosotros.. (así como tratan al primo Incienso. La diferencia es que el no es tan confianzudo como yo) .. les contaba que le sirvo de consuelo a Don Cerebro y se asombra, me dice que hago magia, por eso les digo que soy mago y psicólogo… ¿en qué estaba? .. ah, sí, bueno, les decía que al principio uno se siente bien cómodo con los Doñitos Pulmones, va.

Pero después de un tiempo pasa algo raro. Otra rareza: a todos los pulmones que he visitado les pasa eso tarde o temprano. Primero se ponen bipolares: se enojan con uno y después se contentan. Después, están enojados todo el rato. Después se deprimen. Viera qué terrible. No lo quieren ni ver a uno: lloran y piden que uno salga (y la cosa es que por más que hablo con don cerebro del asunto, él más necio con que me necesita). Después se quedan mudos. No hablan, no se mueven, no viven. Y por último ocurre lo catastrófico: uno se queda encerrado entre paredes de piedra y ya no sale porque resulta que la persona “se murió”. Me lo han contado y lo he vivido varias veces. Y uno se queda ahí solo. Sin saber qué hacer. Después a mí me señalan como el asesino.

Y yo me acuerdo de mis días de plantita, en los que saludaba al sol y no hacía daño a nadie… y vuelvo a la tierra cuando entierran al morido, y como todo el universo, cambio de forma pero no me muero.

Pero pues sí… después le dicen a uno, repito, que no tieen conciencia, que es un asesino. Y como ya he pasado varias veces por eso, pues, por eso mismo les cuento. Sería más fácil que  a mí me dejaran tranquilo y se fueran a correr o simplemente vivieran el día a día lo más tranquilos posible… Bien pipiris nais se ven cuando no lo andan metido a uno allá adentro. Y uno respira tranquilo y los ve pasar.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Con honores



Hace tres años, el 1 de febrero de 2011, estas blancas manos digitaban sobre los nervios de los primeros pasos hacia la vida de noveno grado.
Hoy, esas mismas manos se mueven nostálgicas sobre el teclado, alegres de escribir y dar las gracias, por fin, por los cinco años definitivos de secundaria, y esperan esta vez, ansiosas, el preludio de la graduación de bachiller.

En la despedida de promoción, nuestros docentes tuvieron a bien la brillante idea de proyectarnos la película “Con Honores” (With Honors) y de alguna manera, ese fue el empuje definitivo para redactar esta entrada bloggera.

Cinco años, vida mía, no han sido fáciles. Al igual que Monty, yo llegué al Colegio, en palabras ed uno de mis compas “arrasando con todo”. Tuve todas las perspectivas para suponer que sería, en definitiva, la Primera Bachiller. Y no me enorgullece decirlo, quizás mi prioridad en ese momento era esa.

Los premios y diplomas se sucedieron uno tras otro durante un tiempo. Sin embargo, al llegar el corte en Bachillerato y la entrada simpática y triunfal del estudiantado “de la tarde”, las cosas comenzaron a cambiar.
Hoy, después de los famosos buzones de segundo y sus cartas sinceras, puedo retomar pensamientos de éstas para hacer metáforas sencillas de la transformación que se encargó de mí. Dice una de ellas: “Ele, vos me has humanizado” y yo les respondo:  no antes de que ustedes me humanizaran a mí. La sensibilidad y solidaridad auténticas, más aún, la autenticidad misma, no se puede decir que haya sido esencia mía hasta que llegaron los años bachilleres.

Ciertamente, no soy la más popular; no le caigo bien a todos y los premios materiales, académicos, se fueron poco a poco, ausentando de mi vida, hasta el punto de que en el 2013, no tengo ninguna carta ni diploma firmado por alguna autoridad del colegio.

Tengo cosas, personas y experiencias mucho más importantes.

No desprecio ni juzgo a nadie. Si se interpreta cierto párrafo como “prefería la tarde”, no puedo negar lo cierto de ello. Pero eso no quiere decir que no tenga buenos recuerdos y cariño por el turno en el que elegí estudiar.

Reí, lloré, sufrí, amé, odié, me enojé, fui feliz. Ha sido todo un caleidoscopio de situaciones. Subí a lo más alto de la montaña, y al final, aprendí a disfrutar (después de hacer berrinche porque no quería bajar) la cuesta en bajada con sus piedras, sus flores, sus hierbecillas valientes que crecen entre las rocas. Aprendí a gozar de la pradera de abajo y ayudar a los demás a subir, o más bien, a subir con compañía hasta una vista perfecta tanto hacia arriba como hacia abajo.

No, no me gradúo con honores académicos, pero me gradúo con la satisfacción de haber luchado por un 6.  Me gradúo con la alegría de alternar el liderazgo en una maratón de camaradas.

Mamá, no me gradúo como tú: con novio, dando el discurso de graduación y obteniendo el primer lugar. Pero me gradúo con las carcajadas de haber conseguido, al fin, amistades sinceras y duraderas que me enseñan algo cada día.

Me gradúo con la certeza de haber amado con sinceridad.

Soy bachiller conocedora de que he crecido, he enfrentado a la muerte, me abracé con el amor y ahora tengo una capacidad de escucha y comprensión que antes no tenía. Me gradúo de secundaria sabiendo que ahora soy bastante más de carne y hueso y corazón que antes

Tendré cosas por mejorar, es evidente. Me falta fortalecerme más. Pero voy en paz con la vida y el mundo.
No soy primera bachiller, pero me gradúo con Magna Cum Laude en amistad.

Y aquí está la nómina de algunos de los que tengo el privilegio de acompañar:

Baños Muller, Natalia Beatriz. SCL, Sencillez y Risa.
Oviedo Lara, Melissa Marcela. SCL, Cariño e Incondicionalidad.
Henríquez Urías, Rodrigo Armando. SCL, Confianza y Resiliencia.
Rodríguez Recinos, Víctor Abel. SCL, Diplomacia y Madurez.
Recinos Ruano, Mariana. MCL. Tranquilidad. SCL, Hospitalidad.
Rivas Córvova, Andrea Mabel. SCL, Actuación Escénica; MCL, Liderazgo.
Meléndez Sandoval, Óscar Guillermo. SCL, Solidaridad y Diversión.
Peña Ruiz, Claudia Cristina. MCL, Bondad, SCL, Honestidad.
Ochoa Meléndez, Carolina María. SCL, Fortaleza y Fidelidad.
Vega Ruiz, Eduardo Benjamín. MCL, Baile, SCL, Tecnología.
Vega Díaz, Javier Enrique. SCL, Apoyo. MCL, Simpatía.
Trejo Burgos, Martha Marcela. SCL, Ternura y Aceptación.
Castro López, Nathalia Sofía. MCL, Belleza y Comunicación
Molina, Iván Josué. SCL, Pensamiento. MCL, Transparencia.
Pleités Lemus, Margareth Beatriz. SCL, Sinceridad .
Fernández Castro, Carlos Daniel. SCL, Literatura y Expresividad.
Benavides, Rocío de Fátima. MCL, Amabilidad y Generosidad.
Gómez Quintanilla, José Eduardo. SCL, Perseverancia y Permanencia.
Melgar Murillo, Kendra Guadalupe. MCL, Belleza y Honestidad
Guevara Cruz, Leonardo Antonio, SCL. Dedicación y Humildad
Romero Landaverde, Carlos Eduardo. MCL, Adaptación y Dirección Escénica. SCL, Transformación Escénica.
Hernández Cruz, Sandra Guadalupe. MCL, Disposición a ayudar; SCL, Lindura.

*SCL: Suma Cum Laude. MCL: Magna Cum Laude.

 Por último, sólo queda agradecer de forma especial a mis dos mentores que me han dado la sensibilidad artística y alas para volar.


Rafael Góchez y Nahúm Ulín, muchas, muchas gracias…

sábado, 15 de junio de 2013

Así quiero yo




(Esta canción se me ha pegado hoy y se aplica bastante, je, porque definitivamente solo hay una yo :) )

Hay gente que, si viera la siguiente entrada y de qué trata, se escandalizaría diciendo que semejantes declaraciones son demasiado íntimas y personales para hacerlas públicas (He ahí por qué está archivado en “íntimo y personal”) Incluso una parte de mí está viéndome con ojos espantados mientras mis dedos la redactan
Sin embargo, voy a escribirla. Al fin y al cabo uno nunca queda bien con toda la humanidad y es bueno que el mundo conozca de vez e cuando lo que realmente pensás y sentís acerca de … las cosas.

Definir sentimientos no es fácil. De hecho, por eso son sentimientos. Son emociones, cuestiones tan complejas que no están hechas siquiera para ser descritas. Por eso se confrontan con la razón. Porque hay cosas que sencillamente la mente no entiende.

A lo largo de mi vida he pasado por diferentes percepciones de los sentires que nos ocupan en este momento: cariño, amistad y amor. Primero por la evolución de la persona: obviamente tu visión de las cosas cambia a medida vas creciendo. Segundo, y este es un factor exclusivamente mío: soy una persona que se transforma por naturaleza. Seguro, dirán, es que todos cambiamos. Pues sí, pero vo experimento cambios conscientes y bastante radicales cada dos por tres.

Siempre ha sido así. He pasado de ser una ratoncita tímida a una serpiente enfadada o un león malhumorado o a una flor marchita o a un brillante sol muy a menudo. A veces me pasa varias veces al día. Puede que saque mi fuerza, puede que no… y siento que con cada persona soy alguien diferente.

Algunos lo consideran debilidad, otros fortaleza, otros simplemente cualidad y  otros inseguridad. Admito que soy insegura en muchos aspectos. Pero así soy yo: cambiante “en lo superficial y en lo profundo” como diría la Negra Sosa; pero con una esencia que se mantiene a pesar de todo.

Digo en lo en lo profundo y ustedes se quedan : ¿pero cómo es eso si tu esencia se mantiene? Pues, que mis valores y creencias humanas están siempre ahí, mis sentimientos están ahí, pero cambia mi forma de verlos, evaluarlos y utilizarlos..

Antes, cuando era pequeña y hasta hace relativamente poco, creía que todo 
el mundo prácticamente era mi amigo. Todo el mundo que existía a mi alrededor.
 Quizás era para disipar la sensación de soledad que a veces otorga la unicidad combinada con la primogenitura.

Pero después de largas meditaciones, he logrado establecer cierta escala de cercanía y de cariño. No es que cada nivel sea “mejor” que el otro (ejemplo: no suelo usar el término “mejor amiga”) sino que sencillamente, tiene un papel distinto. En unos hay mayor medida de ciertas cosas, en los otros menor y asi.

Sin embargo, antes de pasar a mi escalado descubrimiento parcial (como ya dijimos mis percepciones evolucionan y cambian) he de dejar claro que un 99 % de las veces siento lo que digo. Trato de ser coherente, aunque algunas veces haga cosas por temor a tu rechazo o finja en alguna medida para “quedar bien”. No obstante, si estamos frente a frente se nota de inmediato o cuando menos, yo me siento asqueada.

Que soy apasionada a la hora de sentir es una gran verdad… pero vamos al grano ya, que me estoy cansando de dar aclaraciones y vueltas:

El cariño es una cosa natural en mí, por lo tanto es realmente difícil que me caigás mal a menos que esté enojada contigo. Y en dichos casos (alguna medida de disgusto o enojo contigo) aunque me sienta chica mala, evadiré tu presencia y tu palabra lo más posible; no soy amiga de enfrentamientos y peleas.

Decir que “me llevo bien con alguien” no significa necesariamente 
un gran nivel de cercanía. Es más bien decir: sí, podemos trabajar juntos, hay simpatía y nos caemos bien… o “no hay choques”.

Por cierto, si en algún momento te digo que me caés bien, al menos en ese fortuito momento, es cierto. Nunca miento cuando lo digo. Lamentablemente, conmigo es más perecedero el “me cae mal”. Me resulta más difícil cambiarte de percepción en ese caso.

Decir que “me llevo” con alguien (nótese la diferencia con la categoría anterior) expresa mucha más cercanía y confianza. En otras palabras, te hablo bastante más. Hay personas que introducen como factor el tiempo, pero en mi caso no necesariamente es así. Podés pasar varias horas diarias conmigo y no necesariamente ser mi compinche y confidente inseparable.

Si te digo que te quiero es cierto… pero ojo con ello: puede ir de lo mínimo hasta antes del “te quiero mucho”, si este no se ha dado aún. Pero denota menos confianza y menos… soltura y comodidad que lo que sigue.

Si te digo que “te quiero mucho” significa que confío en ti, que valoro mucho tu amistad y que te soy lo más leal que puedo.  Prácticamente es ya mi declaración de amistad total J aunque nos fala un “nivel” por especificar.

Si te digo que “te amo” no bromeo con ello: lamentablemente esta frase se ha comercializado, materializado y cerrado mucho a las relaciones de pareja o de noviazgo. Uno puede amar a sus amigos y amigas, sí. Porque amar significa ver la luz en el otro permanentemente y aceptarlo tal y como es. (No AGUANTARLE todo, que es otra cosa) Velar por su seguridad y su felicidad. Que saquen lo mejor de sí recíprocamente, que haya franqueza y perdón entre ustedes.

Las personas que amas te sacan algo tan sublime y tan profundo que no lo sabes explicar, una especie de ternura inexorable y una incondicionalidad casi absoluta, o puede que sin el casi.



Si te digo que te amo, es que daría por ti la vida. Y si vos me lo permitís, lo dirá mil veces al día y te lo demostraré siempre. Decírtelo depende de la apertura que haya en vos también, pero eso sí; si te lo digo tené por seguro que has conseguido mi amistad para toda mi vida.

¿Puedes cambiar de categoría? Sí, lo siento. Y te diré por qué: por la confianza.  Claro, también puedes cambiar de lugar positivamente y quizás quedarte ahí, pero para mí tu lealtad y tu sinceridad son muy importantes.
Si alguno de nosotros dos ha cometido un error, el perdón es importante: tanto tu capacidad de pedirlo como de darlo. Que me pidas perdón por haberme herido vale mucho para mí.


Si alguna vez pierdes mi confianza, es importante que te des cuenta. Te costará volverla a ganar, pero es posible.


No sé del todo por qué publico esto, la verdad. Quizás sea una manera consciente de reconocer mis percepciones y puntos de vista, y ser lo suficientemente valiente como para mantenerme firme una vez salgan a la luz.

Para mí es fácil querer y suele ser difícil porque la mayoría de ustedes quiere en proporción al tiempo de conocimiento. Qué puedo decir, así soy yo. Es yuca, sí, pero como mi querido padrino dice… ¡zóquela!

Puedo parecer simple, pero no lo soy… en fin











jueves, 13 de junio de 2013

Verde Esmeralda


Feliz cumpleaños, Esme.


Eras rellenita. Blanca (eso dicen las fotos tomadas) y de carita redonda, el pelo negro y liso te llegaba hasta los hombros, o quizás un poquito más arriba, porque nunca te lo agarrabas con nada. A lo sumo, una diadema llegaba a adornar tu pequeña cabeza.

Y nunca fallaba una enorme y simpática sonrisa floreciente en tu cara. Al menos para mí.

Eras mi compinche. Supongo que la amistad inició de manera instantánea, así como ocurren las cosas más bonitas a esa edad. Las dos somos hijas únicas, nuestros cumpleaños ocurren muy cerca y a lo mejor nos gustaban las mismas cosas. Eso es casi seguro, porque éramos inseparables.

Nunca nos peleamos. O quizás sí. Pero todo quedaba solucionado con un perdón y un te quiero implícito en un abrazo.

En los recreos comíamos juntas. En las excursiones hablábamos y jugábamos. Vos me cuidabas. Sí, lo hacías. Más de alguna vez te peleaste con alguien al defenderme.
Mi mano siempre estuvo en la tuya. Así, si yo me caía, nos caíamos las dos. O si no, después de reírte, me ayudabas a levantarme.

Ibas a todos mis cumpleaños. Nuestras mamás se hicieron amigas. Hasta fui a tu casa una vez; todavía me acuerdo del sentón que me di al llegar. 
En la Feria de Agosto, bien llamada CONSUMA, intentaste convencerme de que me subiera al Gusanito; tuvimos la suerte de encontrarnos allí, no me acuerdo si por casualidad o por planes.

Si lo lograste es algo que no recuerdo tampoco; como sea, mientras nuestras mamás platicaban, optamos por jugar escondelero.. hasta que nos dijeron que nos estuviéramos quietas, que no se alejen, se nos van a perder.

Jugando, jugando, creciendo juntas, las mejores amigas sin decirlo. No había facebook, ni Twitter.. apenas estábamos aprendiendo las partes de una computadora. Pero no lo necesitábamos. La mica, ladrones y policías, o simplemente correr por correr y reír por reír. Niñez y cariño. Eso éramos.

Luego te fuiste, el Liceo te llamó. No sé si te lloré, te soy sincera. Fue horrible caer en la cuenta de que no te volvería a ver, eso sí. Pero aún así… aún así se conservó la esperanza de encontrarte otra vez.

Porque tenía la certeza de que eras mi amiga y que siempre ibas a serlo.

Doce años pasaron sin tregua…
Cierta semana me acordé de un papelito refundido que tuvo tu teléfono alguna vez y dije “¡Esmeralda! ¿Qué habrá sido de vos…?”
Y de pronto: ¡Sorpresa!
Una semana después…
-Adiviná a quién me encontré…- me dice mi mamá con una sonrisa pícara
-No sé, ¿a quién?-
-A la mamá de Esmeralda…-
Si hubiera estado comiendo algo, lo escupo sin “darte paja”
Y entonces se me vino una avalancha de recuerdos…

Cómo hice para mantenerte es algo que ni yo puedo explicar: los años pasaron, la vida tuvo que seguir y no volví a saber directamente casi que ni una palabra de vos.
Me acordaba (y me acuerdo) de vos siempre que mencionaban tu nombre, infiltrado en alguna frase común, hasta cuando hablan del pókemon esmeralda. Sin embargo, estabas tan bien guardada, que había perdido los recuerdos felices de la infancia. Que no recordaba la inocencia  de aquellos tiempos. ¡Que no me daba cuenta, por Dios, que sos la prueba viviente de que una amiga de verdad nunca se pierde si no hay algo que indique lo contrario!

Que siempre estuviste conmigo… y que aun ahora que mis plumas son verde perico, el sol les habla de vos, se acuerdan, cambian de tono y por un segundo…
se tornan Verde Esmeralda.


Te quiero muchísimo, amiga mía. Feliz cumpleaños.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Gaza...











Alguien puede decirme…

¿Alguien puede decirme cuándo perdimos nuestra calidad de humanos? ¿O si es que alguna vez la adquirimos? Es que simplemente no puede ser...

No puede ser que la vida se pierda a fuerza de piedras, metrallas y bombas y los cuerpos inocentes queden reducidos a carne molida.

No puede ser que se invierta el tiempo planificando diagramas y estrategias para nuevas campañas políticas y que vivamos pensando en  por quién vamos a votar en las próximas elecciones  y quejándonos de “qué cara está la vida”

Pregúntenme por dónde quiero empezar, la verdad es que no lo sé; no porque haya montones de posibilidades, sino porque me siento rabiosamente impotente. ¿Es posible tanta inmisericordia como para volarse a pobres almitas nocentes en medio de la mayor estupidez que el hombre ha podido inventarse?

¿Qué hacer, Dios Mío, qué hacer, para que los israelitas se den cuenta, para que la humanidad se de cuenta, no, para que el género humano, porque ya no nos puedo calificar de humanos con humanidad, se dé cuenta de que la guerra es la mayor repugnancia que se pudo inventar en la historia, que el dinero pierde su valor si se pelea por él, que el poder no es más que una simple pócima embriagante que crea máscaras, transforma voluntades y alimenta egos?

Usualmente no leo los periódicos. ¿Por qué? , me preguntan.

Pues resulta que ODIO ver noticias en las que sólo se habla de muerte, dolor, guerra, destrucción y estúpidas peleas que no tienen ningún sentido.
No pido un mundo perfecto. Creo que ni siquiera “Un mundo feliz” plantea un mundo realmente feliz. Al final de cuentas, la perfección es subjetiva. Y si me pongo a hablar de un mundo en el que todos nos amemos como hermanos de corazón, van a decir que Disney me lavó el cerebro y que deje de soñar, tal como probablemente le dijeron a John Lennon con Imagine.

La verdad es que sí, ver películas de amor y amistad nos hace pensar “qué bonito”,  nos hace querer quedarnos ahí para siempre para poder huir de la realidad. Lo admito. ¿Pero qes que esta realidad no se puede transformar? ¿O es que en realidad no QUEREMOS transformarla?

Si bien es cierto que Disney nos sirve para escapar, también nos puede servir para soñar y agarrar ideas del mundo que realmente queremos, una manera un poco menos fantasiosa de lo que podría ser el mundo.

Es francamente insoportable ver la fotografía de cuatro niños muertos.. qué digo cuatro, quién sabe cuántos han muerto ya en Gaza, envueltos en tela blanca y con los ojitos dolorosamente cerrados, a la par de otros que deliran manchados de sangre que les mana de las heridas.

Pregúntenme también por qué escribo esto. Quizás sea la única manera  en la que me desahogo y a la vez siento que estoy haciendo algo.
Quizás sólo sea indignación pasajera y también yo vuelva al círculo de la resignación y la pasividad  con la que vivimos los eventos que suceden internacionalmente y que no son bonitos, pero que como no nos afectan a nosotros, se nos olvidan.

Quizás yo también tenga miedo de que nadie me escuche, o de que una vez pasada la indignación, si ya me escucharon, no sepa qué hacer para seguir lo que comencé..

O de que me ignoren, así como ignoran las voces de los que se atreven a pedir un cambio, así como censuran  las peticiones de ayuda, los gritos de indignación.

Y  la justificación ante todo eso a veces es que se hace todo “En nombre de Dios”….

sábado, 25 de agosto de 2012

Merca, merca, merca.... merca en el Mercado












Recuerdo que a mis cinco o seis años una de las canciones de Plaza Sésamo que más me gustaba era la referente a las compras en el mercado, y su inicio era el título de esta entrada.

Desde que tengo memoria, mi abuela, acompañada usualmente por mi tía, hace las compras generales de la semana en el mercado San Miguelito, que queda relativamente cerca de mi casa. Lo de comprar en el mercado y no en los recientes y consumistas "súperes" es una tradición de generaciones por ambas partes  de mi ascendencia: mi bisabuela y mi bisabuelo de parte materna fueron comerciantes en el marcado de Santa Ana (y luego, sólo mi bisabuela en San Salvador) y mi abuela paterna lo es todavía en el Mercado San Nicolás de San Miguel.

Eso sí, que yo sepa, nunca vendieron lo que actualmente compramos: Ellos vendieron ropa campesina: sombreros, delantales y prendas de manta (de hecho, creo que mi bisabuela conoció y les vendió a varios indígenas de la masacre de 1932, aunque no estoy segura) y ella vende lácteos (de ahí viene mi adicción por casi todo tipo de queso, crema, requesón, cuajada, etc)

Lastimosamente, yo no heredé el gusto por la costura ni por el comercio. Pero regresando a mi relato de hoy: en la época que antes he citado, me encantaba ir al mercado con mis superioras. Tenía una simpática canastilla típica de colores que usaba para ayudar a cargar las cosas más pequeñas, como los chiles y la cebollas en sus bolsitas, y otras verduras que no corrieran riesgo de aplastarse cuando en mi entusiasmo infantil llevaba mi canasta a todo volar colgando del brazo.

Mi parte favorita era (además de deleitarme con todas las formas y colores de los alimentos y de ver el lugar tan enorme y lleno de "laberintos") llegar al puesto legendario de refrescos, donde alguien me compraría diligentemente una horchata, una cebada o una bolsa rebosante de agua de coco duce y refrescante. Mi madre solía ir si iba yo, pues las otras dos no podrían con el esfurzo de comprar, hacer las cuentas y vigilar a una pequeña (literalmente) inquieta y curiosa en un lugar atiborrado de gente y vendedoras gritando.

También, en una de estas visitas, recibí la primera impresión de la pobreza y tuve mi primera lección de sensibilidad. Recuerdo que, estando con mis papás cerca del puesto del pollo, mi madre me tocó el hombro y señaló hacia mi derecha. 

Sentada humildemente en las gradas sucias y un tanto lodosas, una pobre mujer pedía monedas, vestida con harapos. Al principio me dio un poco de miedo, un instante nada más, porque mi madre me dio una moneda de colón y me dijo "Andá dásela". Feliz de tener algo que hacer, me acerqué con pasitos torpes y se la di. La mirada de agradecimiento y la dulzura de su bendición serán siempre un recuerdo bonito; mi inocencia y falta de prejuicios evitaron que le tuviera asco, lástima u otro de esos sentimientos que a medida que crecemos nos hacen, al final, evitar hacer algo por quienes más lo necesitan.

La costumbre de ir al mercado y mi emoción de llevar mi canastita se esfumaron poco a poco, pero no totalmente, como comprobaría un par de veces este año y especialmente hoy, donde se me presentó una decisión ineludible: O iba yo con mi tía, como dueña y señora para comprar, o iba mi abuela con ella en bus; mi madre salió con rumbo a Morazán a las siete de la mañana. 

Diez años después de mis aventuras iniciales, lo correcto era evidente.

Así pues, batallando contra todos los temores mentales que aparecieron, di mi veredicto terminante y lo puse en práctica: "Espérese; hágame la lista y dígame cuánto vale cada cosa, y yo voy con ella, pero usted ya no está como para andar en bus" dije, con la haraganería dándome guerra y los espíritus de hija única consentida protestando por todas partes.

Bajando todos los santos del cielo e invocando las once mil vírgenes para que no nos pasara nada en el camino, para que me salieran las cuentas y nadie me hiciera "jaranilla" y para que se me quitara mi pena irremediable a la hora de comprar, regatear (si acaso) y pagar (y no me tocara la regañada de mi abuela, típica cuando algo sale mal, que incluye angustia, sentencias un tanto fatalistas y cierta violencia psicológica) me fui con mi tía, con la cartera de "niña grande" sujeta en mi antebrazo.

Cruzamos calles, subimos al bus, nos bajamos, cruzamos más calles y llegamos al fin. Me sentía un poco desorientada, pero hice de tripas corazón, porque ahí nadie me iba a estar chinchineando y tenía que defenderme bien. 

En esas situaciones es cuando siempre salgo medio maravillada de los resultados que obtengo, porque sale la parte de mi carácter que siempre reprimo y que niego cuando  mi madre me dice convencida: "Es que vos tenés un carácter bien fuerte, no creás". Es tal el cambio que no me reconozco, porque normalmente no me considero una líder... pero de pronto, cuando me pasa esto, todo el mundo me toma en serio.

Y gracias a mi líder escondida, pude decir cuando llegué a mi casa "misión cumplida, excelente, outstanding!", porque además de cumplir escrupulosamente con lo especificado en la lista, compré un dólar extra de fresas y ¡traje vuelto de más!