Cuando uno conoce a una persona, suele forjarse cierta
imagen respecto a ella. Aplìcase esta costumbre, con mayor naturalidad, a dos
personas en la relación alumno-maestro, sea èsta en buenos términos o no tan
gratificantes.
Mi primera reacción al empezar a leer el libro que hoy
comento fue de absoluta sorpresa. Rafael Francisco Gòchez, para quien cruce por
aquí y no lo sepa, fue mi profesor de Letras a lo largo de mi séptimo grado; lo
considero un mentor y amigo personal a quien agradezco muchísimo su presencia.
Y aunque esta aclaración no parezca guardar relación con “del asfalto”, del
carácter que le he conocido en mi pequeño camino con èl es que surge mi
asombro.
Cierto es que el libro fue escrito hace ya algunos años,
allà por los noventas, cuando al parecer era mucho màs joven y desinhibido de
lo que me hubiera imaginado. Lo que me impacta màs es la libertad, la jocosidad
realista y la apertura con la que trata temas desde el sexo, las hormonas
alborotadas adolescentes (y los “temas” que le pueden agarrar a uno en esa
época), pasando por la sencillez y fantasìa del último cuento y la filosofía de
la vida y la muerte hasta la crìtica al dolor y la violencia de la realidad
nacional.
Esperaba desde pasar la primera pàgina, su caracterìstico
humor sarcástico y hasta satírico en algunas ocasiones y no me decepcionò. Los
subtítulos de las secciones del libro me produjeron una carcajada seguida del
consiguiente meneo de cabeza: “Ah, Gòchez”. Revivì sus clases en “Clase de literatura” y me emocionè hasta
las làgimas en uno que otro trozo romántico de la obra. Recordè o imaginè
películas intergalàcicas con “Involuciòn”. Y casi llego a vomitar en otras
escenas. En fin, para enfatizar y no redundar
tanto:
Un verdadero collage que lo lleva a uno
en un viaje entretenido, crudo, divertido, dramático, realista, sencillo y
complicado, Algo asì como un experimento friamente calculado (y de hecho, no
mandemos a volar el “experimento” entre sus páginas que aùn no termino de
entender) Un pastel bastante exòtico con su toque salvadoreño. Un muy buen
libro.
Ahora, sòlo me queda reemprender la búsqueda afanada de
mi ejemplar, pues creo que èste, asustado por la voracidad de mis asedios, se
ha escondido en alguna parte recóndita de la casa para escapar de una maratòn
de lectura.
Resulta que
sí, soy un cigarro. Al menos ese es el nombre que ustedes han elegido ponerme,
aunque a mí me gustaría otro. Por lo menos uno más bonito para que ilumine mi
existencia, ya que vivo eternamente en el dilema de no saber para qué sirvo.
Es que vieran,
qué triste es esto. No se imaginan cómo la vida de uno está llena de
contradicciones. Ustedes creen que las cosas no pensamos, que no vivimos, mucho
menos que hablamos, y yo no sé por qué. Si bien es cierto que no se entienden
entre ustedes mismos. Ya van a entendernos a nosotros, que despertamos al mundo
para ser utilizados. En fin.
Les aseguro que yo era mucho más feliz como una plantita. Vivía pacíficamente
en una parcelita de terreno allá por la montaña. Veía el sol todos los días y
era amigo de las hormigas y las lombrices y los pajaritos y un montón de gente
considerada por ustedes como “ser vivo”. Ahora sirvo como psicólogo o mago, no
sé realmente qué profesión tengo, pero solo por un corto tiempo. Y las cosas
por las que tengo que pasar. Me trituran y me llenan de polvo blanco (muchas
veces reconozco a una amiga piedra que resulta ser ese polvo). Después, me
empaquetan en una caja asfixiante junto con otras plantas amigas que han
sufrido el mismo proceso. O sea, con la compañía a lo malo no es tan malo… eso
dicen.
Pero qué
cosas más raras las que se oyen. Según tengo entendido, nos pegan a nuestra
nueva casa una etiqueta que reza que hacemos daño. Imagínense. Resulta que me
vuelvo una especie de enemigo público. Y aún así ustedes pagan por uno. Yo, una
planta, me lamento por perder mi vida inocente en el campo y ustedes me buscan
para que después resulte que les hago daño. Vean ustedes qué raro.
Después de que nos sacan, nos acercan una cosa que quema. Fuego, para ser
exactos.De hecho, nos convierten en
humo. Uno pierde la conciencia, ¿se imaginan lo feo que es ser quemado
lentamente? A algunos de ustedes les ha pasado, ya me han contado los gritos
terribles que dan. Y encima, aparte de quemarlo, lo chupan a uno. Se siente
medio feyo, les voy a contar, no sé cómo describírselos. Pero bueno.
Ahi es donde les digo que uno ya no sabe que profesión tiene. Porque como humo,
entra a su cerebro. Y platica con él. Y aprovecha de hacer un turisteo por los
pulmones. Es bien chistoso platicar con el cerebro, porque se vuelve medio
tonto. Todo baboso se vuelve. Pero también se relaja. Y le agradece a uno
porque detenga el tráfico en sus calles. Vieran qué trabazones más enredadas se
pueden ver en un cerebro. Pobrecitos. Mucho se complican la vida. Para simplificarse
podrían no necesitar de uno. Nada cuesta.A mí no me molesta ayudar, pero tampoco me gusta molestar al vecino…
Y cuando
digo vecino me refiero a los pulmones. Es que uno no puede evitar hacer una
visita a su casa cada vez que visita a Don Cerebro. Pero visitarlos a cada rato
ya es abuso; al principio te saludan bien alegres: buenas, paisano, qué rico
olés, pasá, sentante, acomódate, quédate con nosotros.. (así como tratan al
primo Incienso. La diferencia es que el no es tan confianzudo como yo) .. les
contaba que le sirvo de consuelo a Don Cerebro y se asombra, me dice que hago
magia, por eso les digo que soy mago y psicólogo… ¿en qué estaba? .. ah, sí,
bueno, les decía que al principio uno se siente bien cómodo con los Doñitos
Pulmones, va.
Pero después de un tiempo pasa algo raro. Otra rareza: a todos los pulmones que
he visitado les pasa eso tarde o temprano. Primero se ponen bipolares: se
enojan con uno y después se contentan. Después, están enojados todo el rato.
Después se deprimen. Viera qué terrible. No lo quieren ni ver a uno: lloran y
piden que uno salga (y la cosa es que por más que hablo con don cerebro del
asunto, él más necio con que me necesita). Después se quedan mudos. No hablan,
no se mueven, no viven. Y por último ocurre lo catastrófico: uno se queda
encerrado entre paredes de piedra y ya no sale porque resulta que la persona
“se murió”. Me lo han contado y lo he vivido varias veces. Y uno se queda ahí
solo. Sin saber qué hacer. Después a mí me señalan como el asesino.
Y yo me acuerdo de mis días de plantita, en los que saludaba al sol y no hacía
daño a nadie… y vuelvo a la tierra cuando entierran al morido, y como todo el
universo, cambio de forma pero no me muero.
Pero pues sí… después le dicen a uno, repito, que no tieen conciencia, que es
un asesino. Y como ya he pasado varias veces por eso, pues, por eso mismo les
cuento. Sería más fácil quea mí me
dejaran tranquilo y se fueran a correr o simplemente vivieran el día a día lo
más tranquilos posible… Bien pipiris nais se ven cuando no lo andan metido a
uno allá adentro. Y uno respira tranquilo y los ve pasar.
Hace tres años,
el 1 de febrero de 2011, estas blancas manos digitaban sobre los nervios de los
primeros pasos hacia la vida de noveno grado.
Hoy, esas mismas
manos se mueven nostálgicas sobre el teclado, alegres de escribir y dar las
gracias, por fin, por los cinco años definitivos de secundaria, y esperan esta
vez, ansiosas, el preludio de la graduación de bachiller.
En la despedida
de promoción, nuestros docentes tuvieron a bien la brillante idea de
proyectarnos la película “Con Honores” (With Honors) y de alguna manera, ese
fue el empuje definitivo para redactar esta entrada bloggera.
Cinco años, vida
mía, no han sido fáciles. Al igual que Monty, yo llegué al Colegio, en palabras
ed uno de mis compas “arrasando con todo”. Tuve todas las perspectivas para
suponer que sería, en definitiva, la Primera Bachiller. Y no me enorgullece decirlo,
quizás mi prioridad en ese momento era esa.
Los premios y
diplomas se sucedieron uno tras otro durante un tiempo. Sin embargo, al llegar
el corte en Bachillerato y la entrada simpática y triunfal del estudiantado “de
la tarde”, las cosas comenzaron a cambiar.
Hoy, después de
los famosos buzones de segundo y sus cartas sinceras, puedo retomar
pensamientos de éstas para hacer metáforas sencillas de la transformación que
se encargó de mí. Dice una de ellas: “Ele, vos me has humanizado” y yo les
respondo: no antes de que ustedes me
humanizaran a mí. La sensibilidad y solidaridad auténticas, más aún, la
autenticidad misma, no se puede decir que haya sido esencia mía hasta que
llegaron los años bachilleres.
Ciertamente, no
soy la más popular; no le caigo bien a todos y los premios materiales,
académicos, se fueron poco a poco, ausentando de mi vida, hasta el punto de que
en el 2013, no tengo ninguna carta ni diploma firmado por alguna autoridad del
colegio.
Tengo cosas,
personas y experiencias mucho más importantes.
No desprecio ni
juzgo a nadie. Si se interpreta cierto párrafo como “prefería la tarde”, no
puedo negar lo cierto de ello. Pero eso no quiere decir que no tenga buenos
recuerdos y cariño por el turno en el que elegí estudiar.
Reí, lloré, sufrí,
amé, odié, me enojé, fui feliz. Ha sido todo un caleidoscopio de situaciones.
Subí a lo más alto de la montaña, y al final, aprendí a disfrutar (después de
hacer berrinche porque no quería bajar) la cuesta en bajada con sus piedras,
sus flores, sus hierbecillas valientes que crecen entre las rocas. Aprendí a
gozar de la pradera de abajo y ayudar a los demás a subir, o más bien, a subir
con compañía hasta una vista perfecta tanto hacia arriba como hacia abajo.
No, no me gradúo
con honores académicos, pero me gradúo con la satisfacción de haber luchado por
un 6. Me gradúo con la alegría de
alternar el liderazgo en una maratón de camaradas.
Mamá, no me
gradúo como tú: con novio, dando el discurso de graduación y obteniendo el primer
lugar. Pero me gradúo con las carcajadas de haber conseguido, al fin, amistades
sinceras y duraderas que me enseñan algo cada día.
Me gradúo con la
certeza de haber amado con sinceridad.
Soy bachiller
conocedora de que he crecido, he enfrentado a la muerte, me abracé con el amor
y ahora tengo una capacidad de escucha y comprensión que antes no tenía. Me
gradúo de secundaria sabiendo que ahora soy bastante más de carne y hueso y
corazón que antes
Tendré cosas por
mejorar, es evidente. Me falta fortalecerme más. Pero voy en paz con la vida y
el mundo.
No soy primera
bachiller, pero me gradúo con Magna Cum Laude en amistad.
Y aquí está la nómina de algunos de los que tengo
el privilegio de acompañar:
Baños Muller, Natalia Beatriz. SCL, Sencillez y
Risa.
Oviedo Lara, Melissa Marcela. SCL, Cariño e
Incondicionalidad.
Henríquez Urías, Rodrigo Armando. SCL, Confianza y
Resiliencia.
Rodríguez Recinos, Víctor Abel. SCL, Diplomacia y
Madurez.
Hay gente que,
si viera la siguiente entrada y de qué trata, se escandalizaría diciendo que
semejantes declaraciones son demasiado íntimas y personales para hacerlas
públicas (He ahí por qué está archivado en “íntimo y personal”) Incluso una parte
de mí está viéndome con ojos espantados mientras mis dedos la redactan
Sin embargo,
voy a escribirla. Al fin y al cabo uno nunca queda bien con toda la humanidad y
es bueno que el mundo conozca de vez e cuando lo que realmente pensás y sentís
acerca de … las cosas.
Definir
sentimientos no es fácil. De hecho, por eso son sentimientos. Son emociones,
cuestiones tan complejas que no están hechas siquiera para ser descritas. Por
eso se confrontan con la razón. Porque hay cosas que sencillamente la mente no
entiende.
A lo largo de
mi vida he pasado por diferentes percepciones de los sentires que nos ocupan en
este momento: cariño, amistad y amor. Primero por la evolución de la persona:
obviamente tu visión de las cosas cambia a medida vas creciendo. Segundo, y
este es un factor exclusivamente mío: soy una persona que se transforma por
naturaleza. Seguro, dirán, es que todos cambiamos. Pues sí, pero vo experimento
cambios conscientes y bastante radicales cada dos por tres.
Siempre ha sido
así. He pasado de ser una ratoncita tímida a una serpiente enfadada o un león
malhumorado o a una flor marchita o a un brillante sol muy a menudo. A veces me
pasa varias veces al día. Puede que saque mi fuerza, puede que no… y siento que
con cada persona soy alguien diferente.
Algunos lo
consideran debilidad, otros fortaleza, otros simplemente cualidad y otros inseguridad. Admito que soy insegura en
muchos aspectos. Pero así soy yo: cambiante “en lo superficial y en lo
profundo” como diría la Negra Sosa; pero con una esencia que se mantiene a
pesar de todo.
Digo en lo en
lo profundo y ustedes se quedan : ¿pero cómo es eso si tu esencia se mantiene?
Pues, que mis valores y creencias humanas están siempre ahí, mis sentimientos
están ahí, pero cambia mi forma de verlos, evaluarlos y utilizarlos..
Antes, cuando
era pequeña y hasta hace relativamente poco, creía que todo
el mundo
prácticamente era mi amigo. Todo el mundo que existía a mi alrededor.
Quizás
era para disipar la sensación de soledad que a veces otorga la unicidad combinada
con la primogenitura.
Pero después de
largas meditaciones, he logrado establecer cierta escala de cercanía y de
cariño. No es que cada nivel sea “mejor” que el otro (ejemplo: no suelo usar el
término “mejor amiga”) sino que sencillamente, tiene un papel distinto. En unos
hay mayor medida de ciertas cosas, en los otros menor y asi.
Sin embargo,
antes de pasar a mi escalado descubrimiento parcial (como ya dijimos mis
percepciones evolucionan y cambian) he de dejar claro que un 99 % de las veces
siento lo que digo. Trato de ser coherente, aunque algunas veces haga cosas por
temor a tu rechazo o finja en alguna medida para “quedar bien”. No obstante, si
estamos frente a frente se nota de inmediato o cuando menos, yo me siento
asqueada.
Que soy
apasionada a la hora de sentir es una gran verdad… pero vamos al grano ya, que
me estoy cansando de dar aclaraciones y vueltas:
El cariño es
una cosa natural en mí, por lo tanto es realmente difícil que me caigás mal a
menos que esté enojada contigo. Y en dichos casos (alguna medida de disgusto o
enojo contigo) aunque me sienta chica mala, evadiré tu presencia y tu palabra
lo más posible; no soy amiga de enfrentamientos y peleas.
Decir que “me
llevo bien con alguien” no significa necesariamente
un gran nivel de cercanía.
Es más bien decir: sí, podemos trabajar juntos, hay simpatía y nos caemos bien…
o “no hay choques”.
Por cierto, si
en algún momento te digo que me caés bien, al menos en ese fortuito momento, es
cierto. Nunca miento cuando lo digo. Lamentablemente, conmigo es más perecedero
el “me cae mal”. Me resulta más difícil cambiarte de percepción en ese caso.
Decir que “me
llevo” con alguien (nótese la diferencia con la categoría anterior) expresa
mucha más cercanía y confianza. En otras palabras, te hablo bastante más. Hay
personas que introducen como factor el tiempo, pero en mi caso no
necesariamente es así. Podés pasar varias horas diarias conmigo y no
necesariamente ser mi compinche y confidente inseparable.
Si te digo que
te quiero es cierto… pero ojo con ello: puede ir de lo mínimo hasta antes del
“te quiero mucho”, si este no se ha dado aún. Pero denota menos confianza y
menos… soltura y comodidad que lo que sigue.
Si te digo que
“te quiero mucho” significa que confío en ti, que valoro mucho tu amistad y que
te soy lo más leal que puedo. Prácticamente es ya mi declaración de amistad
total J aunque nos fala un “nivel” por especificar.
Si te digo que
“te amo” no bromeo con ello: lamentablemente esta frase se ha comercializado,
materializado y cerrado mucho a las relaciones de pareja o de noviazgo. Uno
puede amar a sus amigos y amigas, sí. Porque amar significa ver la luz en el
otro permanentemente y aceptarlo tal y como es. (No AGUANTARLE todo, que es
otra cosa) Velar por su seguridad y su felicidad. Que saquen lo mejor de sí
recíprocamente, que haya franqueza y perdón entre ustedes.
Las personas
que amas te sacan algo tan sublime y tan profundo que no lo sabes explicar, una
especie de ternura inexorable y una incondicionalidad casi absoluta, o puede
que sin el casi.
Si te digo que
te amo, es que daría por ti la vida. Y si vos me lo permitís, lo dirá mil veces
al día y te lo demostraré siempre. Decírtelo depende de la apertura que haya en
vos también, pero eso sí; si te lo digo tené por seguro que has conseguido mi
amistad para toda mi vida.
¿Puedes cambiar
de categoría? Sí, lo siento. Y te diré por qué: por la confianza. Claro, también puedes cambiar de lugar
positivamente y quizás quedarte ahí, pero para mí tu lealtad y tu sinceridad
son muy importantes.
Si alguno de
nosotros dos ha cometido un error, el perdón es importante: tanto tu capacidad
de pedirlo como de darlo. Que me pidas perdón por haberme herido vale mucho
para mí.
Si alguna vez pierdes mi confianza, es importante que te des cuenta. Te costará
volverla a ganar, pero es posible.
No sé del todo
por qué publico esto, la verdad. Quizás sea una manera consciente de reconocer
mis percepciones y puntos de vista, y ser lo suficientemente valiente como para
mantenerme firme una vez salgan a la luz.
Para mí es
fácil querer y suele ser difícil porque la mayoría de ustedes quiere en
proporción al tiempo de conocimiento. Qué puedo decir, así soy yo. Es yuca, sí,
pero como mi querido padrino dice… ¡zóquela!
Eras rellenita. Blanca (eso dicen las fotos tomadas) y de
carita redonda, el pelo negro y liso te llegaba hasta los hombros, o quizás un
poquito más arriba, porque nunca te lo agarrabas con nada. A lo sumo, una diadema
llegaba a adornar tu pequeña cabeza.
Y nunca fallaba una enorme y simpática sonrisa
floreciente en tu cara. Al menos para mí.
Eras mi compinche. Supongo que la amistad inició de
manera instantánea, así como ocurren las cosas más bonitas a esa edad. Las dos
somos hijas únicas, nuestros cumpleaños ocurren muy cerca y a lo mejor nos
gustaban las mismas cosas. Eso es casi seguro, porque éramos inseparables.
Nunca nos peleamos. O quizás sí. Pero todo quedaba
solucionado con un perdón y un te quiero implícito en un abrazo.
En los recreos comíamos juntas. En las excursiones
hablábamos y jugábamos. Vos me cuidabas. Sí, lo hacías. Más de alguna vez te
peleaste con alguien al defenderme.
Mi mano siempre estuvo en la tuya. Así, si yo me caía,
nos caíamos las dos. O si no, después de reírte, me ayudabas a levantarme.
Ibas a todos mis cumpleaños. Nuestras mamás se hicieron
amigas. Hasta fui a tu casa una vez; todavía me acuerdo del sentón que me di al
llegar.
En la Feria de Agosto, bien llamada CONSUMA, intentaste convencerme de
que me subiera al Gusanito; tuvimos la suerte de encontrarnos allí, no me
acuerdo si por casualidad o por planes.
Si lo lograste es algo que no recuerdo tampoco; como sea,
mientras nuestras mamás platicaban, optamos por jugar escondelero.. hasta que
nos dijeron que nos estuviéramos quietas, que no se alejen, se nos van a
perder.
Jugando, jugando, creciendo juntas, las mejores amigas
sin decirlo. No había facebook, ni Twitter.. apenas estábamos aprendiendo las
partes de una computadora. Pero no lo necesitábamos. La mica, ladrones y
policías, o simplemente correr por correr y reír por reír. Niñez y cariño. Eso
éramos.
Luego te fuiste, el Liceo te llamó. No sé si te lloré, te
soy sincera. Fue horrible caer en la cuenta de que no te volvería a ver, eso
sí. Pero aún así… aún así se conservó la esperanza de encontrarte otra vez.
Porque tenía la certeza de que eras mi amiga y que
siempre ibas a serlo.
Doce años pasaron sin tregua…
Cierta semana me acordé de un papelito refundido que tuvo
tu teléfono alguna vez y dije “¡Esmeralda! ¿Qué habrá sido de vos…?”
Y de pronto: ¡Sorpresa!
Una semana después…
-Adiviná a quién me encontré…- me dice mi mamá con una
sonrisa pícara
-No sé, ¿a quién?-
-A la mamá de Esmeralda…-
Si hubiera estado comiendo algo, lo escupo sin “darte
paja”
Y entonces se me vino una avalancha de recuerdos…
Cómo hice para mantenerte es algo que ni yo puedo
explicar: los años pasaron, la vida tuvo que seguir y no volví a saber
directamente casi que ni una palabra de vos.
Me acordaba (y me acuerdo) de vos siempre que mencionaban
tu nombre, infiltrado en alguna frase común, hasta cuando hablan del pókemon
esmeralda. Sin embargo, estabas tan bien guardada, que había perdido los
recuerdos felices de la infancia. Que no recordaba la inocencia de aquellos tiempos. ¡Que no me daba cuenta,
por Dios, que sos la prueba viviente de que una amiga de verdad nunca se pierde
si no hay algo que indique lo contrario!
Que siempre estuviste conmigo… y que aun ahora que mis
plumas son verde perico, el sol les habla de vos, se acuerdan, cambian de tono
y por un segundo…
¿Alguien puede decirme cuándo perdimos nuestra
calidad de humanos? ¿O si es que alguna vez la adquirimos? Es que simplemente
no puede ser...
No puede ser que la vida se pierda a fuerza de
piedras, metrallas y bombas y los cuerpos inocentes queden reducidos a carne
molida.
No puede ser que se invierta el tiempo
planificando diagramas y estrategias para nuevas campañas políticas y que
vivamos pensando en por quién vamos a
votar en las próximas elecciones y
quejándonos de “qué cara está la vida”
Pregúntenme por dónde quiero empezar, la verdad es
que no lo sé; no porque haya montones de posibilidades, sino porque me siento
rabiosamente impotente. ¿Es posible tanta inmisericordia como para volarse a
pobres almitas nocentes en medio de la mayor estupidez que el hombre ha podido
inventarse?
¿Qué hacer, Dios Mío, qué hacer, para que los
israelitas se den cuenta, para que la humanidad se de cuenta, no, para que el
género humano, porque ya no nos puedo calificar de humanos con humanidad, se dé
cuenta de que la guerra es la mayor repugnancia que se pudo inventar en la
historia, que el dinero pierde su valor si se pelea por él, que el poder no es
más que una simple pócima embriagante que crea máscaras, transforma voluntades
y alimenta egos?
Usualmente no leo los periódicos. ¿Por qué? , me
preguntan.
Pues resulta que ODIO ver noticias en las que sólo
se habla de muerte, dolor, guerra, destrucción y estúpidas peleas que no tienen
ningún sentido.
No pido un mundo perfecto. Creo que ni siquiera “Un
mundo feliz” plantea un mundo realmente feliz. Al final de cuentas, la
perfección es subjetiva. Y si me pongo a hablar de un mundo en el que todos nos
amemos como hermanos de corazón, van a decir que Disney me lavó el cerebro y
que deje de soñar, tal como probablemente le dijeron a John Lennon con Imagine.
La verdad es que sí, ver películas de amor y amistad
nos hace pensar “qué bonito”, nos hace
querer quedarnos ahí para siempre para poder huir de la realidad. Lo admito. ¿Pero
qes que esta realidad no se puede transformar? ¿O es que en realidad no
QUEREMOS transformarla?
Si bien es cierto que Disney nos sirve para
escapar, también nos puede servir para soñar y agarrar ideas del mundo que
realmente queremos, una manera un poco menos fantasiosa de lo que podría ser el
mundo.
Es francamente insoportable ver la fotografía de
cuatro niños muertos.. qué digo cuatro, quién sabe cuántos han muerto ya en
Gaza, envueltos en tela blanca y con los ojitos dolorosamente cerrados, a la
par de otros que deliran manchados de sangre que les mana de las heridas.
Pregúntenme también por qué escribo esto. Quizás
sea la única manera en la que me
desahogo y a la vez siento que estoy haciendo algo.
Quizás sólo sea indignación pasajera y también yo
vuelva al círculo de la resignación y la pasividad con la que vivimos los eventos que suceden
internacionalmente y que no son bonitos, pero que como no nos afectan a
nosotros, se nos olvidan.
Quizás yo también tenga miedo de que nadie me
escuche, o de que una vez pasada la indignación, si ya me escucharon, no sepa
qué hacer para seguir lo que comencé..
O de que me ignoren, así como ignoran las voces de
los que se atreven a pedir un cambio, así como censuran las peticiones de ayuda, los gritos de
indignación.
Y la justificación
ante todo eso a veces es que se hace todo “En nombre de Dios”….
Recuerdo que a mis cinco o seis años una de las canciones de Plaza Sésamo que más me gustaba era la referente a las compras en el mercado, y su inicio era el título de esta entrada.
Desde que tengo memoria, mi abuela, acompañada usualmente por mi tía, hace las compras generales de la semana en el mercado San Miguelito, que queda relativamente cerca de mi casa. Lo de comprar en el mercado y no en los recientes y consumistas "súperes" es una tradición de generaciones por ambas partes de mi ascendencia: mi bisabuela y mi bisabuelo de parte materna fueron comerciantes en el marcado de Santa Ana (y luego, sólo mi bisabuela en San Salvador) y mi abuela paterna lo es todavía en el Mercado San Nicolás de San Miguel.
Eso sí, que yo sepa, nunca vendieron lo que actualmente compramos: Ellos vendieron ropa campesina: sombreros, delantales y prendas de manta (de hecho, creo que mi bisabuela conoció y les vendió a varios indígenas de la masacre de 1932, aunque no estoy segura) y ella vende lácteos (de ahí viene mi adicción por casi todo tipo de queso, crema, requesón, cuajada, etc)
Lastimosamente, yo no heredé el gusto por la costura ni por el comercio. Pero regresando a mi relato de hoy: en la época que antes he citado, me encantaba ir al mercado con mis superioras. Tenía una simpática canastilla típica de colores que usaba para ayudar a cargar las cosas más pequeñas, como los chiles y la cebollas en sus bolsitas, y otras verduras que no corrieran riesgo de aplastarse cuando en mi entusiasmo infantil llevaba mi canasta a todo volar colgando del brazo.
Mi parte favorita era (además de deleitarme con todas las formas y colores de los alimentos y de ver el lugar tan enorme y lleno de "laberintos") llegar al puesto legendario de refrescos, donde alguien me compraría diligentemente una horchata, una cebada o una bolsa rebosante de agua de coco duce y refrescante. Mi madre solía ir si iba yo, pues las otras dos no podrían con el esfurzo de comprar, hacer las cuentas y vigilar a una pequeña (literalmente) inquieta y curiosa en un lugar atiborrado de gente y vendedoras gritando.
También, en una de estas visitas, recibí la primera impresión de la pobreza y tuve mi primera lección de sensibilidad. Recuerdo que, estando con mis papás cerca del puesto del pollo, mi madre me tocó el hombro y señaló hacia mi derecha.
Sentada humildemente en las gradas sucias y un tanto lodosas, una pobre mujer pedía monedas, vestida con harapos. Al principio me dio un poco de miedo, un instante nada más, porque mi madre me dio una moneda de colón y me dijo "Andá dásela". Feliz de tener algo que hacer, me acerqué con pasitos torpes y se la di. La mirada de agradecimiento y la dulzura de su bendición serán siempre un recuerdo bonito; mi inocencia y falta de prejuicios evitaron que le tuviera asco, lástima u otro de esos sentimientos que a medida que crecemos nos hacen, al final, evitar hacer algo por quienes más lo necesitan.
La costumbre de ir al mercado y mi emoción de llevar mi canastita se esfumaron poco a poco, pero no totalmente, como comprobaría un par de veces este año y especialmente hoy, donde se me presentó una decisión ineludible: O iba yo con mi tía, como dueña y señora para comprar, o iba mi abuela con ella en bus; mi madre salió con rumbo a Morazán a las siete de la mañana.
Diez años después de mis aventuras iniciales, lo correcto era evidente.
Así pues, batallando contra todos los temores mentales que aparecieron, di mi veredicto terminante y lo puse en práctica: "Espérese; hágame la lista y dígame cuánto vale cada cosa, y yo voy con ella, pero usted ya no está como para andar en bus" dije, con la haraganería dándome guerra y los espíritus de hija única consentida protestando por todas partes.
Bajando todos los santos del cielo e invocando las once mil vírgenes para que no nos pasara nada en el camino, para que me salieran las cuentas y nadie me hiciera "jaranilla" y para que se me quitara mi pena irremediable a la hora de comprar, regatear (si acaso) y pagar (y no me tocara la regañada de mi abuela, típica cuando algo sale mal, que incluye angustia, sentencias un tanto fatalistas y cierta violencia psicológica) me fui con mi tía, con la cartera de "niña grande" sujeta en mi antebrazo.
Cruzamos calles, subimos al bus, nos bajamos, cruzamos más calles y llegamos al fin. Me sentía un poco desorientada, pero hice de tripas corazón, porque ahí nadie me iba a estar chinchineando y tenía que defenderme bien.
En esas situaciones es cuando siempre salgo medio maravillada de los resultados que obtengo, porque sale la parte de mi carácter que siempre reprimo y que niego cuando mi madre me dice convencida: "Es que vos tenés un carácter bien fuerte, no creás". Es tal el cambio que no me reconozco, porque normalmente no me considero una líder... pero de pronto, cuando me pasa esto, todo el mundo me toma en serio.
Y gracias a mi líder escondida, pude decir cuando llegué a mi casa "misión cumplida, excelente, outstanding!", porque además de cumplir escrupulosamente con lo especificado en la lista, compré un dólar extra de fresas y ¡traje vuelto de más!