Feliz cumpleaños, Esme.
Eras rellenita. Blanca (eso dicen las fotos tomadas) y de
carita redonda, el pelo negro y liso te llegaba hasta los hombros, o quizás un
poquito más arriba, porque nunca te lo agarrabas con nada. A lo sumo, una diadema
llegaba a adornar tu pequeña cabeza.
Y nunca fallaba una enorme y simpática sonrisa
floreciente en tu cara. Al menos para mí.
Eras mi compinche. Supongo que la amistad inició de
manera instantánea, así como ocurren las cosas más bonitas a esa edad. Las dos
somos hijas únicas, nuestros cumpleaños ocurren muy cerca y a lo mejor nos
gustaban las mismas cosas. Eso es casi seguro, porque éramos inseparables.
Nunca nos peleamos. O quizás sí. Pero todo quedaba
solucionado con un perdón y un te quiero implícito en un abrazo.
En los recreos comíamos juntas. En las excursiones
hablábamos y jugábamos. Vos me cuidabas. Sí, lo hacías. Más de alguna vez te
peleaste con alguien al defenderme.
Mi mano siempre estuvo en la tuya. Así, si yo me caía,
nos caíamos las dos. O si no, después de reírte, me ayudabas a levantarme.
Ibas a todos mis cumpleaños. Nuestras mamás se hicieron
amigas. Hasta fui a tu casa una vez; todavía me acuerdo del sentón que me di al
llegar.
En la Feria de Agosto, bien llamada CONSUMA, intentaste convencerme de
que me subiera al Gusanito; tuvimos la suerte de encontrarnos allí, no me
acuerdo si por casualidad o por planes.
Si lo lograste es algo que no recuerdo tampoco; como sea,
mientras nuestras mamás platicaban, optamos por jugar escondelero.. hasta que
nos dijeron que nos estuviéramos quietas, que no se alejen, se nos van a
perder.
Jugando, jugando, creciendo juntas, las mejores amigas
sin decirlo. No había facebook, ni Twitter.. apenas estábamos aprendiendo las
partes de una computadora. Pero no lo necesitábamos. La mica, ladrones y
policías, o simplemente correr por correr y reír por reír. Niñez y cariño. Eso
éramos.
Luego te fuiste, el Liceo te llamó. No sé si te lloré, te
soy sincera. Fue horrible caer en la cuenta de que no te volvería a ver, eso
sí. Pero aún así… aún así se conservó la esperanza de encontrarte otra vez.
Porque tenía la certeza de que eras mi amiga y que
siempre ibas a serlo.
Doce años pasaron sin tregua…
Cierta semana me acordé de un papelito refundido que tuvo
tu teléfono alguna vez y dije “¡Esmeralda! ¿Qué habrá sido de vos…?”
Y de pronto: ¡Sorpresa!
Una semana después…
-Adiviná a quién me encontré…- me dice mi mamá con una
sonrisa pícara
-No sé, ¿a quién?-
-A la mamá de Esmeralda…-
Si hubiera estado comiendo algo, lo escupo sin “darte
paja”
Y entonces se me vino una avalancha de recuerdos…
Cómo hice para mantenerte es algo que ni yo puedo
explicar: los años pasaron, la vida tuvo que seguir y no volví a saber
directamente casi que ni una palabra de vos.
Me acordaba (y me acuerdo) de vos siempre que mencionaban
tu nombre, infiltrado en alguna frase común, hasta cuando hablan del pókemon
esmeralda. Sin embargo, estabas tan bien guardada, que había perdido los
recuerdos felices de la infancia. Que no recordaba la inocencia de aquellos tiempos. ¡Que no me daba cuenta,
por Dios, que sos la prueba viviente de que una amiga de verdad nunca se pierde
si no hay algo que indique lo contrario!
Que siempre estuviste conmigo… y que aun ahora que mis
plumas son verde perico, el sol les habla de vos, se acuerdan, cambian de tono
y por un segundo…
se tornan Verde Esmeralda.
Te quiero muchísimo, amiga mía. Feliz cumpleaños.
No hay comentarios:
Publicar un comentario