martes, 19 de agosto de 2014

Conciencia de un cigarro.





Resulta que sí, soy un cigarro. Al menos ese es el nombre que ustedes han elegido ponerme, aunque a mí me gustaría otro. Por lo menos uno más bonito para que ilumine mi existencia, ya que vivo eternamente en el dilema de no saber para qué sirvo.
Es que vieran, qué triste es esto. No se imaginan cómo la vida de uno está llena de contradicciones. Ustedes creen que las cosas no pensamos, que no vivimos, mucho menos que hablamos, y yo no sé por qué. Si bien es cierto que no se entienden entre ustedes mismos. Ya van a entendernos a nosotros, que despertamos al mundo para ser utilizados. En fin.

Les aseguro que yo era mucho más feliz como una plantita. Vivía pacíficamente en una parcelita de terreno allá por la montaña. Veía el sol todos los días y era amigo de las hormigas y las lombrices y los pajaritos y un montón de gente considerada por ustedes como “ser vivo”. Ahora sirvo como psicólogo o mago, no sé realmente qué profesión tengo, pero solo por un corto tiempo. Y las cosas por las que tengo que pasar. Me trituran y me llenan de polvo blanco (muchas veces reconozco a una amiga piedra que resulta ser ese polvo). Después, me empaquetan en una caja asfixiante junto con otras plantas amigas que han sufrido el mismo proceso. O sea, con la compañía a lo malo no es tan malo… eso dicen.

Pero qué cosas más raras las que se oyen. Según tengo entendido, nos pegan a nuestra nueva casa una etiqueta que reza que hacemos daño. Imagínense. Resulta que me vuelvo una especie de enemigo público. Y aún así ustedes pagan por uno. Yo, una planta, me lamento por perder mi vida inocente en el campo y ustedes me buscan para que después resulte que les hago daño. Vean ustedes qué raro.

Después de que nos sacan, nos acercan una cosa que quema. Fuego, para ser exactos.  De hecho, nos convierten en humo. Uno pierde la conciencia, ¿se imaginan lo feo que es ser quemado lentamente? A algunos de ustedes les ha pasado, ya me han contado los gritos terribles que dan. Y encima, aparte de quemarlo, lo chupan a uno. Se siente medio feyo, les voy a contar, no sé cómo describírselos. Pero bueno.

Ahi es donde les digo que uno ya no sabe que profesión tiene. Porque como humo, entra a su cerebro. Y platica con él. Y aprovecha de hacer un turisteo por los pulmones. Es bien chistoso platicar con el cerebro, porque se vuelve medio tonto. Todo baboso se vuelve. Pero también se relaja. Y le agradece a uno porque detenga el tráfico en sus calles. Vieran qué trabazones más enredadas se pueden ver en un cerebro. Pobrecitos. Mucho se complican la vida. Para simplificarse podrían no necesitar de uno. Nada cuesta.  A mí no me molesta ayudar, pero tampoco me gusta molestar al vecino…
Y cuando digo vecino me refiero a los pulmones. Es que uno no puede evitar hacer una visita a su casa cada vez que visita a Don Cerebro. Pero visitarlos a cada rato ya es abuso; al principio te saludan bien alegres: buenas, paisano, qué rico olés, pasá, sentante, acomódate, quédate con nosotros.. (así como tratan al primo Incienso. La diferencia es que el no es tan confianzudo como yo) .. les contaba que le sirvo de consuelo a Don Cerebro y se asombra, me dice que hago magia, por eso les digo que soy mago y psicólogo… ¿en qué estaba? .. ah, sí, bueno, les decía que al principio uno se siente bien cómodo con los Doñitos Pulmones, va.

Pero después de un tiempo pasa algo raro. Otra rareza: a todos los pulmones que he visitado les pasa eso tarde o temprano. Primero se ponen bipolares: se enojan con uno y después se contentan. Después, están enojados todo el rato. Después se deprimen. Viera qué terrible. No lo quieren ni ver a uno: lloran y piden que uno salga (y la cosa es que por más que hablo con don cerebro del asunto, él más necio con que me necesita). Después se quedan mudos. No hablan, no se mueven, no viven. Y por último ocurre lo catastrófico: uno se queda encerrado entre paredes de piedra y ya no sale porque resulta que la persona “se murió”. Me lo han contado y lo he vivido varias veces. Y uno se queda ahí solo. Sin saber qué hacer. Después a mí me señalan como el asesino.

Y yo me acuerdo de mis días de plantita, en los que saludaba al sol y no hacía daño a nadie… y vuelvo a la tierra cuando entierran al morido, y como todo el universo, cambio de forma pero no me muero.

Pero pues sí… después le dicen a uno, repito, que no tieen conciencia, que es un asesino. Y como ya he pasado varias veces por eso, pues, por eso mismo les cuento. Sería más fácil que  a mí me dejaran tranquilo y se fueran a correr o simplemente vivieran el día a día lo más tranquilos posible… Bien pipiris nais se ven cuando no lo andan metido a uno allá adentro. Y uno respira tranquilo y los ve pasar.

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